Joseph Nicéphore Niépce ha pasado a los anales de la historia por ser el
hombre que consiguió la primera fotografía, fijando imágenes mediante
el método que denominó heliografía.
Empezó utilizando la piedra como soporte para fijar las imágenes, aunque
desistió pronto por los grandes problemas que acarreaba. Siguió
entonces con el papel, luego con el cristal y, por último, con diversos
metales como el estaño, el cobre, el peltre, entre otros.
Durante los años siguientes experimentó comenzó a experimentar con
barnices sensibles a la luz, y más tarde con cloruro de plata, pero,
como muchos coetáneos, no fue capaz de conseguir imágenes permanentes y
que no se terminaran desvaneciendo.
Sus mejores resultados los consiguió cuando decidió untar betún de
Judea sobre placas litográficas para inmortalizar sus imágenes. En 1822,
Niépce tomó un grabado del Papa Pío VII, y lo untó en aceite para
hacerlo transparente. Expuso ese grabado a la luz del sol, dejando la
placa untada en betún detrás, de tal modo que la luz del sol pasase a
través de las partes claras del grabado endureciendo la capa de betún de
Judea a la placa, dejando las partes de sombra sin endurecer. Después,
tomó la placa litográfica y la sumergió en aceite de lavanda, de tal
modo que las partes no endurecidas se disolvieron, dejando el grabado
plasmado en la placa.
Esta réplica del grabado del Papa Pío VII se perdió, y pocos años
después llegarían las que serían las primeras fotografías conservadas.
Existe mucha controversia para determinar cuál fue verdaderamente,
aunque la que más comúnmente se ha reconocido como la primera fotografía
de la historia se trata de “Punto de vista desde la ventana de Gras”,
tomada a través de su ventana en 1826.
En 1989, Roland Barthes, en su publicación “La Cámara Lúcida” recoge una
fotografía de Niépce que según el data de 1822. Se trata de una borrosa
imagen conocida como “La Mesa Puesta”, y cuyo original se conserva en
el Museo Nicéphore Niépce.